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miércoles, 5 de octubre de 2016

Carpe Diem...

... Y llegó el día, 5 de febrero de 2016... Allí estaba yo, con una hoja en la mano y unos cuantos nombres de colegios que necesitaban cubrir un puesto. Algunos solicitaban un maestro por unos pocos días, otros necesitaban cubrir una jubilación... y a mí los nervios no me dejaban pensar ni cuál era la mejor opción, pero ahí estaba... un nombre que llamaba mi atención: "Carpe Diem", y me imaginé al gran poeta romano Horacio diciendome: "Vive el momento", y entonces lo tuve claro... El destino jugó a mi favor, ¡y me hice con esa sustitución!
Cuando llegué a la puerta del colegio, me entró ese miedo que solemos tener cuando nos enfrentamos a una situación desconocida, y no es que para mí dar clase sea algo extraño, pero hacerlo en un cole de verdad, formando parte de la plantilla docente de verdad, tomando decisiones de verdad... eso para mí sí era nuevo; así que cogí aire y me dirigí a secretaria, y allí memoricé el primer nombre de los muchos que me acompañarían durante los próximos casi 5 meses: Mercedes. Tras él, se sumaron muchas Beatrices (¡somos el cole de las Beas!), Juan, Manuel, Miguel, Ángela, Mamen, Rocío, Laura, Fernando, Almu, Fuen, Nuria, Pablo, Miriam, Lucía, David, Eva, Diana, Rosa, Carmina...Claro que, con todas las cosas que pasaban por mi cabeza, ¡imposible recordar todos en el primer día!
Muy pronto me situaron en cuál sería mi puesto: tutora y profe de Lengua y Mate en 5ºB y co-tutora y también profe de Lengua y Mate en 2ºC... ¡qué ganas de empezar!


Fueron los chicos de 5º los que marcaron mi primer año como interina…


Llegué a una clase un poco desestructurada, con muchos pequeños grupos formados dentro de lo que es el gran grupo; con muchas riñas, faltas de respeto entre ellos, robos entre compañeros, y falta de concentración extrema… algo que puede ser muy normal en las aulas, pero que choca cuando te topas con ello la primera vez…

Si algo me caracteriza es el querer alcanzar las metas que me propongo, y una de estas metas, fue conseguir unir esa clase; no sabía cómo lo haría, ni qué recursos emplearía, pero tenía claro que aquellas asperezas debían limarse; y de golpe y porrazo, me encontré todas las tardes sentada frente a un ordenador, buscando blogs, revistas, libros… cualquier cosa que me pudiera encauzar y darme ideas.



 La primera actuación que llevé a cabo puede parecer un poco primitiva, incluso muy infantil si de niños de quinto hablamos, pero instauré en clase el termómetro de los ruidos: este termómetro consta de tres caras: muy feliz, normal (que nosotros denominábamos so-so), y muy triste; dependiendo de cuánto estuviera hablando la clase, la aguja se posicionaba en una u otra cara, y cada cara tenía unas consecuencias:



Estar muy feliz significaba “regalarles” unos minutos para hablar, salir antes al recreo, pintar o terminar los deberes.

Si alcanzábamos el estado so-so, no había actuación ninguna más que aquella de indicar a los chicos que el nivel de ruido-concentración era “aceptable”.
En cambio, llegar a la cara muy triste, tenía repercusiones negativas como podían ser: salir más tarde al recreo, ponerles un ejercicio de más, o empezar a quitar puntos generales… Creo que esta técnica la mantuve una semana: yo misma no estaba de acuerdo con las repercusiones de la cara triste porque, si salían más tarde al recreo, les quitaba ese tiempo tan necesario de desfogue, ¡todos necesitamos tiempo libre y de descanso!; si les ponía un ejercicio de más, significaba que tenían deberes, cosa de la que no soy muy partidaria; y si les quitaba puntos generales, estaba siendo muy injusta con algunos de los alumnos a los que no se les escuchaba ni respirar… así que hablando con una COMPAÑERA (Sí, sí… ¡¡en mayúsculas!!; Ángela, ¡¡gracias!! En 5 meses contigo y con Mamen, he aprendido más que en 4 años de carrera y otros 5 más como profe de apoyo), empezamos a idear un nuevo sistema de trabajo: la gestión de pompones.

Antes de continuar, he de decir que cuando llegué al colegio, esta era la única clase que estaba sentada de manera individual o en parejas, así que me lié la manta a la cabeza, e hice grupos. Dentro de cada grupo asigné diversas tareas de modo que nadie quedase sin una responsabilidad, así teníamos (y esto ya lo aplicaba mi gran compañera Ángela, por lo que el mérito no es mío):

-          Guardián del silencio: que debía mantener el orden en la mesa advirtiendo a sus compañeros de que estaban hablando demasiado

-          Guardián de la paz: como hemos dicho, entre estos niños había muchos conflictos, y a cada rato estaban parando la clase para comentar que un compañero “le había mirado mal” o cosas por el estilo; el guardián de la paz contenía este tipo de quejas y las iba anotando todas en una especie de registro, para tratar los asuntos al acabar la clase, durante el recreo, o en una hora de tutoría que “me saqué de la manga”, todo dependía de la gravedad del asunto, de este modo los mismos alumnos se paraban a pensar en qué era grave y qué no lo era tanto…

-          Revisor de las tareas: pocas veces se mandaban deberes ya que se dejaba un tiempo de trabajo en clase, pero quien no aprovecha ese tiempo, lo ha de hacer en casa, así pues, el revisor de tareas tenía un registro en el que indicaba quién había hecho todos los ejercicios, quién no había terminado, o quién no había hecho nada…

-          Gestor del tiempo: muchas veces incluía un reloj en la pizarra digital, y les daba un tiempo determinado para acabar alguna tarea, o para hacer algún trabajo en grupo, o sencillamente, para enseñarles a gestionar su tiempo; el gestor del tiempo era el encargado de informar del tiempo que les quedaba, así evitábamos que a cada minuto algún alumno preguntase la famosa frase de: “¿Cuánto queda?”

-          Guardián del orden y la limpieza: no hay nada que peor sensación de, que ver una clase sucia y desordenada… y esto suele pasar siempre que el timbre del recreo o del final de clase suena. El Guardián del orden y la limpieza debe velar porque sus compañeros dejen sus mesas perfectamente colocadas y limpias, ¡¡y nada de hacer ruido con las sillas!! Las levantamos, no las arrastramos…

-          Ayudante del profe: muchas veces hay que repartir folios, o fichas, o libros, o recoger algún material, o hacer un recado… para eso tenemos al ayudante del profesor, para ganar tiempo y que cada uno se ocupe de su grupo, en lugar de que el profesor se ocupe de todos…

Resta decir que cada semana estos roles cambian, y que cada grupo tenía una pizarrita donde ponía al lado de cada tarea su nombre. Además de estos papeles, había uno más general que también cambiaba cada semana y que se movía según el orden de lista, esta persona se encargaba de pasar lista todas las mañanas, apuntar fechas de controles o entrega de trabajos, y de mantener el orden en las estanterías de la clase.
 Cada grupo debería tener un nombre, pero como serían grupos cambiantes y como se pudo comprobar habría disputas con el nombre, se optó por poner nombres de colores, así, teníamos el grupo morado, amarillo, verde y azul. Y no estando conformes con hacer grupos, quisimos crear un mayor sentimiento de unidad, así que nuestra clase pasó a convertirse en un equipo al que debíamos dar un nombre, así nació “The fire class”, un nombre elegido por ellos y que coronaría la pared principal de nuestro aula en forma de mural.

Ahora que ya estaba formado todo el entramado, solo quedaba gestionar los pompones: el funcionamiento era muy sencillo; teníamos un bote en clase en el que iríamos introduciendo pompones;
-          ¿Qué había que hacer para ganar un pompón?: Estar escuchando, trabajando, respetando el turno de palabra, respetando a los compañeros… de ese modo, cada grupo podía ganar un pompón. En circunstancias normales, cada grupo tenía opción a ganar un pompón por día, lo que haría que en una semana el bote estuviera lleno; pero había días que el pompón solo lo ganaría el grupo que mejor lo estuviera haciendo… también teníamos el día del súper pompón, que no era más que se ponía en juego un pompón tres veces más grande que el resto y que hacía que el bote se llenase más rápido; el grupo que más súper pompones ganase, era nombrado grupo del mes y tenía su apartado en el corcho de la clase… En ocasiones, el pompón solo lo ganaba un alumno, esto ocurría cuando la clase estaba muy alterada y no hacía caso, pero había un alumno que no quitaba ojo ni oído a lo que se escribía o decía; es ese caso este alumno se llevaba el pompón y no lo introducía en el bote, ya veremos más adelante qué se hacía con él…
-          ¿Se podían sacar pompones del bote?: Sí claro, cuando el comportamiento de la clase no era el adecuado se comenzaban dando “toques”, al tercer toque, se sacaba un pompón que podrían recuperar si se restablecía el orden…
-          ¿Y para qué eran los pompones?: Para “comprar” una clase recompensa; es decir, una vez que el bote estaba lleno, los alumnos podrían elegir qué hacer en una clase, siempre dentro de unos parámetros: podía ser ver una peli, jugar a algo, tener “tiempo libre”… era algo que se decidía entre todos, y siempre estaba relacionado con lo que se estaba viendo en clase, de modo que para ellos era “perder el tiempo”, y para mí, aprovecharlo más que si de una clase “normal” se tratase…
       ¿Qué se pretendía con los pompones?: Que la clase se diese cuenta de que trabajando todos a una, podían conseguir muchas más cosas que estando de riñas como hasta ahora estaban. He de decir que la cosa mejoró mucho, no solo estábamos consiguiendo que la clase se uniera y las mates o la lengua se desarrollasen de una manera mucho más interactiva, sino que nos estábamos dando cuenta de lo que  hasta ahora habíamos estado haciendo mal, que es el primer paso que hemos de dar cuando algo queremos corregir… 
        En el caso de que algún alumno hubiera conseguido un pompón de manera individual, tenía un 50% de poder de decisión a la hora de decir cuál sería nuestra próxima clase recompensa.

Pues bien… a los chicos les cansa hacer todo el rato lo mismo, así que el método de los pompones evolucionó y se transformó en el Class Dojo, un programita muy interesante que todo profe deberíamos conocer y que se gestionaba a través de la pizarra digital. También convertimos los “toques” en tarjetas amarillas y rojas como si de un partido de fútbol se tratase, pues en esta clase había mucho forofo del fútbol, y esto provocaba muchas peleas, así que introdujimos este deporte en la clase para hacerles ver que la falta de respeto, es una “falta” muy grave (¡Gracias Mery! Porque tú me diste la idea allá en mis casi inicios como “profe” de apoyo en los institutos…)

Pudiera parecer todo muy idílico, pero la cantidad de robos de pequeñas, y no tan pequeñas cosas continuaba, hasta tal punto que las puertas de las clases se cerraban con llave en todo momento y aún así, las cosas desaparecían; así pues, creé una brigada policial clandestina: esto era algo así como una brigada policial encubierta, yo tendría “topos” que me indicarían si habían visto algún movimiento sospechoso, pero jugábamos con dos normas: nadie sabría a quién se lo diría ya que lo haría de manera muy discreta, y quien estuviera dentro de la brigada no podría decir a nadie que pertenecía a ella, eran como espías en la sombra… y así, jugando de esta manera, los robos se acabaron… ¡no hay nada mejor que el juego para aprender!

En cuanto a los deberes… estos chicos estaban acostumbrados a tener una gran cantidad de deberes, de todas las asignaturas, así que al comienzo empecé poniendo deberes pero poco a poco, los fui disminuyendo hasta que no tuvieran ninguno (digamos que es una forma de hablar, porque alguno, alguno… ¡siempre había! Repasar lo visto en clase era muy importante), lo que no quiere decir que no trabajásemos; la forma de actuar era la siguiente: suelo llegar a clase con más de media hora de adelanto, así que tengo tiempo para dividir la pizarra en varios huecos, utilizando uno de ellos para poner la programación del día en cuanto a mis asignaturas se refiere; es decir, desde el momento en que entramos a clase, ya todos sabemos lo que tenemos que hacer ese día. Si estamos atentos y trabajamos, nos dará tiempo a hacer todo en clase, si perdemos el tiempo, llevaremos deberes… cada uno aprende a gestionar su tiempo de esta manera. Muchos padres se quejaban de la falta de deberes, pero no es que no los hubiera, sino que estábamos aprendiendo a trabajar de manera individual, y en equipo… Una de las medidas que se tomó de cara a que los padres se acercasen un poco más a esta forma de trabajar, fue que nada más entrar a clase los alumnos copiasen en sus agendas el planning propuesto, poco a poco la cosa fue tomando forma, todos aprendimos a trabajar de esa manera, y los padres se dieron cuenta de que las notas de sus hijos incluso subían, pero lo más importante, estaban aprendiendo a ser autónomos a la vez que tenían más tiempo libre por las tardes que… ¡curioso! Empleaban en quedar un gran número de compañeros de la clase en el parque, cosa que antes, no sucedía… todo era un tremendísimo engranaje que se iba acoplando…

Y si de deberes continuamos hablando, debo mencionar la mayúscula sorpresa que se llevaron padres y alumnos con los temidos deberes de verano, donde se proponían cosas tan “monstruosas” como: escucha música, baila, contempla las estrellas, lee, pasa el mejor verano de tu vida… acompañadas de una carta personalizada para cada uno de los alumnos.

Y… ¡hablando de leer! Pocas cosas hay que me gusten más que leer, te sumerges con cada libro en una historia diferente, así que cuando llegué al cole y me contaron los chicos que estaban intentando ganar un concurso de lectura, no me lo pensé dos veces: monté una pequeña biblioteca de aula con ayuda de todos los alumnos. Reservamos unas estanterías para exponer los libros que se iban trayendo a clase, todos debían quedar perfectamente registrados en unas fichas que hice, donde se escribía el título del libro, nombre del dueño o dueña, fecha de entrada en nuestra biblioteca, y fecha de salida, porque cada uno era libre de decidir que su libro se volvía con él o ella a casa. Además cree otro registro de préstamos, en el que se ponía el título del libro, la persona que lo cogía prestado, la fecha en que se cogía, y la fecha en que se dejaba. Colgué en la pared un mural con las normas de nuestra biblioteca, a las que llegamos a través del diálogo y el consenso, una de ellas y quizás la más importante era ser sumamente respetuoso con los libros en general, pero más si se trata del libro de un compañero, pagando el importe que hubiera costado o consiguiendo el mismo libro en caso de perderlo o romperlo. Toda la clase se involucró con este pequeño proyecto y puedo decir, que en el tiempo que estuve no leyeron ninguna “lectura obligatoria”, pero se hartaron a leer todos los libros que quisieron y les parecieron interesantes, que en definitiva, eso es lo que buscamos, que cada niño lea lo que despierte su interés. Se quedó en el tintero por falta de tiempo, hacer un libro fórum en el que pusiéramos en conocimiento de los demás qué libros habíamos leído, cuál nos había gustado más, cuál menos, y por qué… pero me lo guardo para otro año.

Existe otro rincón de nuestra clase que merece especial mención, aunque no fue obra mía crearlo, sí mejorarlo con algún que otro toque decorativo… el rincón de la paz; pasamos muchas horas en el cole, y el roce con algún compañero es más que factible. Atrás quedó el “venga, da un besito a tu compi y prometed que os portaréis bien…”, ahora lo que se fomenta es el diálogo. Los niños tenían un rincón de la clase que yo separé con un mueble de forma que tuvieran más intimidad; teníamos dos cojines, uno simulaba una oreja, otro una boca, de forma que el que se sentaba sobre la oreja debía escuchar lo que su compañero, que estaba sentado sobre la boca, quería decir; contaban con una guía de pasos a seguir para lograr un diálogo y al finalizar, firmaban un contrato donde exponían que había sucedido, cómo lo habían solucionado o no, quiénes eran las personas implicadas, y debían firmar durante dos semanas en caso de que el pacto se mantuviera. Si reincidían, debían volver a dialogar. En caso de no ser capaces de llegar a un acuerdo o un diálogo, éramos los profes los que interveníamos.

En torno a solventar toda esta problemática que había entre los alumnos, decidí hacer una dinámica que no tenía ni idea de cómo saldría, pero que debía probar: “las cartas contrarias”. Para comenzar con ello, cada alumno de manera individual debía hacer un recuento de las cosas positivas que él mismo veía que tenía, así como las cosas negativas; en este paso ya se vieron resultados. De manera voluntaria, podían leerlo a sus compañeros en voz alta, siendo muy significativo lo que los niños veían de sí mismos, y cómo los compañeros se decían entre sí que no era cierto que alguien tuviera tantas cosa negativas, y sí positivas; porque había alumnos, que solo veían lo malo que tenían. Tras este paso, se trabajó de manera individual con aquellos que más lo necesitaban. La siguiente actividad en esta dinámica consistía en limar asperezas, y dar las gracias, de modo que cada alumno tenía un folio destinado a dar las gracias a alguien, y otro en el que le diría al compañero que le molestó que lo hizo, porque muchas veces no eran conscientes de que molestaban a sus compañeros. Este paso era totalmente voluntario, y anónimo, el único nombre que debía aparecer era el de la persona a la que se dirigía la carta, y por supuesto, se debía escribir con total y absoluto respeto. Al comienzo algunos chicos y chicas no quisieron hacerlo, cuando comprobaron que no se les obligaba a nada comenzaron a pedir folios, más de los dedicados a las cartas de agradecimiento que a los de “me molesta”; el trabajo aquí queda resumido en unas pocas líneas pero fueron días y días los que se dedicaron a ello, siempre sin descuidar las mates o lengua. ¿El resultado? A día de hoy, estos chicos continúan llamándose “The fire class” y tienen establecido el viernes como el día de “quedada” con toda la clase…

Seguramente me deje en el tintero muchas otras cosas que trabajé con este gran grupo, en este genial cole, ¡queda apuntado para el próximo curso hacer un diario de clase para no olvidar absolutamente nada! Yo me quedo con los resultados… y con el gran diploma que el Excelentísimo ECELF (¡me vais a tener que recordar el nombre completo porque lo he acotado a comisión de festejos!) me otorgó al terminar el curso escolar: Juan, Mamen, Miguel, Marieta, Jose… y todos los que participasteis en ello: ¡¡Gracias!!, porque ese “Dejad que los niños se acerquen a mí” es el mantra que me acompaña ahora que de nuevo hay que ponerse a estudiar las oposiciones, ¡¡y cuesta mucho!! Es gratificante ver cómo esos días de junio en los que ya los chicos no tenían cole, seguían acudiendo al centro solo para estar conmigo o incluso, ¡¡llevarme el desayuno!!

Ahora, cada vez que visito el "cole" (y si no, ya se buscan las mañas los chicos para hacerme llegar sus mensajes), “The fire class” me pide que no les olvide, y yo siempre les digo: “Iraitz, Honaida, Anna, Laura, Mar, Jean-Claude, Pedro, Nacho, Dani, Martín, Adrián, Carlos, Lucía J, Jimena, Alejandra, Lucía O, Miguel, Elena, Nico, Javi, Santi, Alba, Carmen…aunque ya solo sea por la gran fiesta de cumple que me montasteis, por taaaantas horas que hemos pasado en el pasillo solucionando conflictos, por todos los patios en los que me habéis acompañado, por aquella grabación del “Calor de una sonrisa” a lo extremeño, o incluso por algún que otro enfado que hemos tenido, sería imposible borrar de mi memoria el gran año que pasé con vosotros. ¡¡Ánimo!! Ya sois los mayores del cole, ¡¡haced de sexto un año inolvidable!! Como el propio nombre del cole dice: Carpe Diem… Vivid el momento…!!"

Y a continuación dejo algunas de las cartas que mis chicos me han escrito, porque esta es la parte en la que merece la pena eso de "ser profe", porque te das cuenta de que cuando un poquito de tí se queda en ellos, es porque quizás las cosas no han salido todo lo bien que debían, o sí, pero se nota que has puesto todo tu corazón y esfuerzo en hacer que la clase funcione (lo de las faltas de ortografía, es una batalla aún no ganada)...